sábado, 24 de abril de 2010

:)

Poemas para Cris. Cortázar

.
5.


Ratoncito, pelusa, medialuna,

calidoscopio, barco en la botella,

musgo, campana, diáspora,

palingenesia, helecho,


eso y el dulce de zapallo,

el bandoneón de Troilo y dos o tres

zonas de piel en donde

hace nido el alción,


son las palabras que contienen

tu cruel definición inalcanzable,

son las cosas que guardan las sustancias

de que estás hecha para que alguien

beba y posea y arda convencida

de conocerte entera,

de que sólo eres Cris.


                         (de "Otros cinco poemas para Cris")

.-.

5.


No te voy a cansar con más poemas.

Digamos que te dije

nubes, tijeras, barriletes, lápices,

y acaso alguna vez

te sonreíste.


                         (de "Últimos cinco poemas para Cris")

Poemas de Cristina Peri Rossi

..

Reminiscencia


No podía dejar de amarla porque el olvido no existe

y la memoria es modificación, de manera que sin querer

amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía

en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares

en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques

donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas

que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables

como las pocas cosas que habíamos conocido.

.-.


Y el psiquiatra me preguntó...


Y el psiquiatra me preguntó:

-¿A qué asocia el nombre de Alejandra?-

El dulce nombre de Alejandra

el olor de los pinos y cipreses

casas rojas castillos medioevales

una dama en el umbral

muebles púrpuras

la prodigiosa simetría de los parques

una hoja siempre en blanco

delante del ojo que acaricia

la falta de sonido

las lilas de los muros

un dolor enfermizo por casi todo

el muelle gris

las cosas que sólo existen en jardines

para decir cuyos nombres

es necesario empezar por Alejandra

la antigüedad de algunas piedras

respiración entrecortada

la dificultad

para hacer amigos,

en fin, medianoches fatales

en que todo nos falta

especialmente

un amigo

una amiga

inolvidables.

jueves, 15 de abril de 2010

Jabibi


De este viejo podrían salir mil historias, aunque ninguna fuese verdadera. Su figura triste y encorvada camina por la playa llenándola de gris. En su mano ajada un pequeño maletín con un letrero:

“Se leen los caracoles
las cartas
los chabalongos”
El viejo habla idiomas incomprensibles, que tal vez ni siquiera él entiende. El viejo me dijo: Te has llevado muchas desilusiones. Tal vez es por eso que no le creo, o le creo sólo la mitad porque algo al menos quiero creer.

Tiene setenta años, pero no parece. Se vino de Egipto hace cincuenta y te dice Jabibi. Tiene ojos penetrantes y comida entre los dientes.

El viejo vive en un monte y come tarántulas: las mete al fuego y ellas se espichan, y entre el veneno queda la sabrosa carne. Luego con los colmillitos de ellas se saca la comida de sus propios colmillos.

El viejo dice, refiriéndose a mí: Yo me la llevé a ella, me llevé ayer en la mente. Y me parece que es verdad porque de una forma también me lo llevé a él. Y cuando se tira en la arena y parece un muchacho también le creo y le creo la sonrisa.

Y él habla muchas locuras. Dice que tiene un caimán tipo gato, osea que lo llamas y el viene mansito, se lo dieron cuando apenas era una lagartija, y lo llevaba y traía a todos lados, se lo llevaba a la playa, y la lagartijita cuando vio el agua un día salió corriendo y se mojó las patas, pero no le gustó porque era salada. Después cuando creció él le mandó a construir unas rejas en la charca en que lo tiene, pero cuando sube el agua él igual se sale, pero después vuelve.

Anoche –dice el viejo- yo no podía dormirme, y la leoncita y la tigrita me rasguñaban las patas de la cama, y yo bueno y qué les pasa, pero después menos mal que me paré y no me dormí porque la cascabel se había salido de la jaula…Le creo la felicidad que siente al contarlo.

…Yo conseguí todos esos animales porque el dueño del Meliá…Yo era artesano y vendía zarcillos y vainas en el paseo Colón, en los años de oro del paseo Colón, y yo era el único que el dueño dejaba ponerse en la entrada del Meliá, porque yo le prestaba mis animales y las gringas se fotografiaban con las anacondas enrolladas en el cuerpo… Esa Melisa, la anaconda, se te va subiendo por un brazo y luego se te va enrollando por todo el cuerpo, y te hace ssssssssss con la lengüita en la oreja…

Yo lo miro pero hoy le huyo la mirada porque no me da tanta confianza, y eso me mata porque hay algo en mí que quiere creerle, y me provoca algo dulce cuando habla y dice…

Cuando nos quedamos solos yo le dije que no aparentaba su edad. Y él me contó que ésa fue su primera muerte, cuando mató a los malditos que le violaron a su mujer y a su hija, y le mataron a la niña, la única que tuvo en la vida, y pasó 14 años en la cárcel. Y es que se le ve la cárcel, y se le ve la guerra que dejó en su supuesta tierra natal, aunque esa no la vivió tanto como las que le vinieron después…

Esto, me dice, son tres culatazos de escopeta, fueron por venganza… Y se quita la gorra y muestra un hueco que le parte la frente en dos. Y esto, fue que me explotó un pulmón, pero ya agarré de nuevo el vicio... Y me enseña la cicatriz a un lado del pecho.

Luego se fue caminando triste y encorvado, y me miró él a mí de forma desilusionada. Seguramente se dio cuenta, que ya yo no era la misma de ayer, que dejé de creerle y me puse a pensar mucho y razoné que todo aquello era demasiado fantástico.

Se fue más triste, ayer se había ido más contento. Se fue más jorobado, con sus miles de historias en las líneas de sus manos, sus manos con mugre en las uñas, sus guerras en el cuerpo joven a pesar de los golpes.

Y apenas había dado él unos pasos cuando ya la melancolía me apretaba la garganta. Después de todo, yo sí le creo al viejo.

martes, 13 de abril de 2010

Me tocó ponerme a pensar en la razón por la cual tomo fotos. Esto fue lo que pude decir al respecto.



   Soy una persona de ver y de poco hablar. Quizá por eso me gusta exteriorizar lo que “veo” sin necesidad de palabras; aún cuando el sujeto hable, por encima de todo, por sí mismo, de alguna manera también “habla” el ojo que lo mira: por algún motivo fue eso lo que capturó su atención y no otra cosa, por algo escogió una perspectiva determinada, por algo se valió de la técnica para mostrar lo mirado de una manera específica, más allá de lo preestablecido para lograr una “buena composición” y aunque esto suceda en ocasiones de manera más inconsciente que premeditada.

   Creo que tomo fotos de manera algo -o bastante- ingenua. Es mucho lo que queda al azar y al capricho de una máquina manejada con poca experiencia. Eso, sin embargo, me gusta aunque a veces me frustre; me da una sensación de vulnerabilidad que funciona de manera casi siempre positiva. Al estar tratando con algo que tiene una voluntad propia –por un lado el sujeto fotografiado, animado o no, y por el otro, la cámara - la experiencia resulta un tanto impredecible y de esa manera más vital, lo que a veces conduce al puro error y otras, al error oportuno y bien recibido.

   Sin embargo, también disfruto de los –no muchos- resultados fieles a la imagen mental previa: lograr valerse de la cámara, conocerla, trabajar con ella para “construir” con la realidad algo tan real como ficticio, pero en lo que a fin de cuentas la gente cree, tal como dijo la curadora Alison Nordström en una conferencia en nuestra ciudad el pasado mes de febrero (“la gente cree en la fotografía, pero la fotografía es también ficción”, algo así dijo –yo, aunque considerando el mayor o menor grado de ficción, también creo en la fotografía-). La fotografía es realidad, pero también es realidad que se puede manipular, lo cual no me parece desagradable -a menos que se use para fines desagradables-; me encanta incluso todo lo relativo a la edición, las herramientas que podemos utilizar para hacer los colores más brillantes, para resaltar lo que queremos resaltar y relegar lo que no, siempre que el uso no sea abuso, siempre que no resulte una impostura sino un instrumento más, así como lo es la cámara, porque, a fin de cuentas, lo esencial de la fotografía, creo yo, es cierta honestidad de la imagen, cierta develación de lo retratado, y tal cosa no se puede construir sino captar.

   La imagen, el momento visual descontextualizado dice más de sí mismo que encadenado a un transcurso y enredado entre múltiples focos de atención; revela lo que de otra manera podría pasar desapercibido, y asimismo dice algo del fotógrafo, aunque de manera menos evidente.

   Finalmente, para mí el hecho de tomar fotos es una especie de “cable a tierra”, un modo de estar aquí y ahora, de establecer una comunicación e intimidad con lo externo en lugar de aislarme, la cual suele ser mi tendencia natural; produce, incluso cuando no tengo la cámara en las manos, una atención hacia lo que me rodea, hacia los detalles y hacia lo que en general sucede a mi alrededor, encontrándome frente a frente con las pequeñas cosas insólitas y fuera de serie, interesantes, inverosímiles, absurdas, hermosas, sombrías, tristes -y etc.-, del día a día.