jueves, 15 de abril de 2010

Jabibi


De este viejo podrían salir mil historias, aunque ninguna fuese verdadera. Su figura triste y encorvada camina por la playa llenándola de gris. En su mano ajada un pequeño maletín con un letrero:

“Se leen los caracoles
las cartas
los chabalongos”
El viejo habla idiomas incomprensibles, que tal vez ni siquiera él entiende. El viejo me dijo: Te has llevado muchas desilusiones. Tal vez es por eso que no le creo, o le creo sólo la mitad porque algo al menos quiero creer.

Tiene setenta años, pero no parece. Se vino de Egipto hace cincuenta y te dice Jabibi. Tiene ojos penetrantes y comida entre los dientes.

El viejo vive en un monte y come tarántulas: las mete al fuego y ellas se espichan, y entre el veneno queda la sabrosa carne. Luego con los colmillitos de ellas se saca la comida de sus propios colmillos.

El viejo dice, refiriéndose a mí: Yo me la llevé a ella, me llevé ayer en la mente. Y me parece que es verdad porque de una forma también me lo llevé a él. Y cuando se tira en la arena y parece un muchacho también le creo y le creo la sonrisa.

Y él habla muchas locuras. Dice que tiene un caimán tipo gato, osea que lo llamas y el viene mansito, se lo dieron cuando apenas era una lagartija, y lo llevaba y traía a todos lados, se lo llevaba a la playa, y la lagartijita cuando vio el agua un día salió corriendo y se mojó las patas, pero no le gustó porque era salada. Después cuando creció él le mandó a construir unas rejas en la charca en que lo tiene, pero cuando sube el agua él igual se sale, pero después vuelve.

Anoche –dice el viejo- yo no podía dormirme, y la leoncita y la tigrita me rasguñaban las patas de la cama, y yo bueno y qué les pasa, pero después menos mal que me paré y no me dormí porque la cascabel se había salido de la jaula…Le creo la felicidad que siente al contarlo.

…Yo conseguí todos esos animales porque el dueño del Meliá…Yo era artesano y vendía zarcillos y vainas en el paseo Colón, en los años de oro del paseo Colón, y yo era el único que el dueño dejaba ponerse en la entrada del Meliá, porque yo le prestaba mis animales y las gringas se fotografiaban con las anacondas enrolladas en el cuerpo… Esa Melisa, la anaconda, se te va subiendo por un brazo y luego se te va enrollando por todo el cuerpo, y te hace ssssssssss con la lengüita en la oreja…

Yo lo miro pero hoy le huyo la mirada porque no me da tanta confianza, y eso me mata porque hay algo en mí que quiere creerle, y me provoca algo dulce cuando habla y dice…

Cuando nos quedamos solos yo le dije que no aparentaba su edad. Y él me contó que ésa fue su primera muerte, cuando mató a los malditos que le violaron a su mujer y a su hija, y le mataron a la niña, la única que tuvo en la vida, y pasó 14 años en la cárcel. Y es que se le ve la cárcel, y se le ve la guerra que dejó en su supuesta tierra natal, aunque esa no la vivió tanto como las que le vinieron después…

Esto, me dice, son tres culatazos de escopeta, fueron por venganza… Y se quita la gorra y muestra un hueco que le parte la frente en dos. Y esto, fue que me explotó un pulmón, pero ya agarré de nuevo el vicio... Y me enseña la cicatriz a un lado del pecho.

Luego se fue caminando triste y encorvado, y me miró él a mí de forma desilusionada. Seguramente se dio cuenta, que ya yo no era la misma de ayer, que dejé de creerle y me puse a pensar mucho y razoné que todo aquello era demasiado fantástico.

Se fue más triste, ayer se había ido más contento. Se fue más jorobado, con sus miles de historias en las líneas de sus manos, sus manos con mugre en las uñas, sus guerras en el cuerpo joven a pesar de los golpes.

Y apenas había dado él unos pasos cuando ya la melancolía me apretaba la garganta. Después de todo, yo sí le creo al viejo.

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