martes, 13 de abril de 2010

Me tocó ponerme a pensar en la razón por la cual tomo fotos. Esto fue lo que pude decir al respecto.



   Soy una persona de ver y de poco hablar. Quizá por eso me gusta exteriorizar lo que “veo” sin necesidad de palabras; aún cuando el sujeto hable, por encima de todo, por sí mismo, de alguna manera también “habla” el ojo que lo mira: por algún motivo fue eso lo que capturó su atención y no otra cosa, por algo escogió una perspectiva determinada, por algo se valió de la técnica para mostrar lo mirado de una manera específica, más allá de lo preestablecido para lograr una “buena composición” y aunque esto suceda en ocasiones de manera más inconsciente que premeditada.

   Creo que tomo fotos de manera algo -o bastante- ingenua. Es mucho lo que queda al azar y al capricho de una máquina manejada con poca experiencia. Eso, sin embargo, me gusta aunque a veces me frustre; me da una sensación de vulnerabilidad que funciona de manera casi siempre positiva. Al estar tratando con algo que tiene una voluntad propia –por un lado el sujeto fotografiado, animado o no, y por el otro, la cámara - la experiencia resulta un tanto impredecible y de esa manera más vital, lo que a veces conduce al puro error y otras, al error oportuno y bien recibido.

   Sin embargo, también disfruto de los –no muchos- resultados fieles a la imagen mental previa: lograr valerse de la cámara, conocerla, trabajar con ella para “construir” con la realidad algo tan real como ficticio, pero en lo que a fin de cuentas la gente cree, tal como dijo la curadora Alison Nordström en una conferencia en nuestra ciudad el pasado mes de febrero (“la gente cree en la fotografía, pero la fotografía es también ficción”, algo así dijo –yo, aunque considerando el mayor o menor grado de ficción, también creo en la fotografía-). La fotografía es realidad, pero también es realidad que se puede manipular, lo cual no me parece desagradable -a menos que se use para fines desagradables-; me encanta incluso todo lo relativo a la edición, las herramientas que podemos utilizar para hacer los colores más brillantes, para resaltar lo que queremos resaltar y relegar lo que no, siempre que el uso no sea abuso, siempre que no resulte una impostura sino un instrumento más, así como lo es la cámara, porque, a fin de cuentas, lo esencial de la fotografía, creo yo, es cierta honestidad de la imagen, cierta develación de lo retratado, y tal cosa no se puede construir sino captar.

   La imagen, el momento visual descontextualizado dice más de sí mismo que encadenado a un transcurso y enredado entre múltiples focos de atención; revela lo que de otra manera podría pasar desapercibido, y asimismo dice algo del fotógrafo, aunque de manera menos evidente.

   Finalmente, para mí el hecho de tomar fotos es una especie de “cable a tierra”, un modo de estar aquí y ahora, de establecer una comunicación e intimidad con lo externo en lugar de aislarme, la cual suele ser mi tendencia natural; produce, incluso cuando no tengo la cámara en las manos, una atención hacia lo que me rodea, hacia los detalles y hacia lo que en general sucede a mi alrededor, encontrándome frente a frente con las pequeñas cosas insólitas y fuera de serie, interesantes, inverosímiles, absurdas, hermosas, sombrías, tristes -y etc.-, del día a día.

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