sábado, 26 de febrero de 2011

El amor a través de Rojas Guardia



   En las páginas finales de El calidoscopio de Hermes, Armando Rojas Guardia dedica lo que él titula “Pequeña serenata amorosa” a la reflexión sobre el amor hacia su compañero, así como hacia su propia homosexualidad y homoerotismo –que no es igual-. El segundo texto breve que compone este ensayo más amplio, comienza con una frase que despierta un sensible y sosegado interés –quizá hasta una curiosidad- por seguir leyendo:

Junto a él percibo con exactitud por qué soy homosexual


   Esa frase inicial me causó impresión, agradable impresión, me parece que por el hecho de nunca haber comprendido realmente lo que me puede atraer y ligar a otro por medio de su sexo –sexo como biología, pero también como esencia, como maneras de despliegue afectivo de una persona y de mí misma frente a ésta-. Nunca he ahondado demasiado en esa reflexión, ¿qué es lo que hay de hombre en el hombre y de mujer en la mujer como energía amorosa? ¿cuáles son sus formas de ternura? ¿qué hay en un sexo que encierra tantas cosas además del sexo?

   Lo cierto es que, un par de párrafos más adelante en la lectura, encontré algo que se presentó para mí, si no como definición cabal, como parte de lo que –pienso- debería ser el amor de pareja. Dicho más claramente, Rojas Guardia puso en palabras lo que yo no sabía que deseaba del amor:

Este afecto me quiere independiente y suelto, me acoge sin esclavizarme, no me embadurna sino que me limpia, no me entierra sino que me airea, me hace ligero y al mismo tiempo compacto, me rescata de la indistinción hacia la exactitud desapegada, no tolera desfallecimientos lacrimosos pero me desea también lleno de generosidad, obsequiante.

   Y luego:

   Él me ha dicho siempre: “Somos amigos; después, amantes”. He allí una ecuación amorosa que tiene que atraerme irrevocablemente, porque toca uno de los núcleos arquetipales de mi psique: ser amante en la medida, y sólo en la medida, en que se es amigo.

   Quiero decir que, ésta manera de filiación que Rojas Guardia sólo encuentra por medio de otro hombre, esa forma de ternura que halla en su compañero, viene a representar para mí una forma de amor anhelada –en este caso dentro de mi actual heterosexualidad-; un anhelo hasta entonces inarticulado. Viene a ser iluminación a un deseo, a una búsqueda propia que se encontraba en un área de sombra no escarbada lo suficiente.

   La que se presiente por medio de estas palabras es una forma de amor en cierta medida desnaturalizada, sin que esto tenga que ver con el alegato de lo antinatural respecto a la homosexualidad que ciertas personas predican exhibiendo así su atraso –o retraso- en todo sentido (alegato que para mí viene a ser, además, sino el síntoma de una enfermedad, una falta total de comprensión hacia lo erótico y lo amoroso en general: ¿es el amor servidor de la “reproducción de la especie”?). Digo que es una forma de amor antinatural porque, al parecer, el amor es en sí mismo un deseo por poseer al otro. Ese afecto del que habla el poeta, afecto que “acoge sin esclavizar”, que “no embadurna sino que limpia”, parece una antítesis a nuestro común comportamiento amoroso, el cual, aún sin saberlo nosotros, llega a esclavizar, subyugar, coartar.

   Ser amigo antes que amante. Tal vez el otro como amante comience en el cuerpo; mientras que el otro como amigo comience en el alma. Tal vez acercarse al alma del otro sea la única manera real de llegar a su cuerpo: de ser amante.

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